Hacía años que no corría de una manera continuada. Siempre había hecho un intento de aproximación a aquellos años en que corría al menos tres veces por semana pero no lo conseguía. Me había buscado nuevas aficiones de temporada y tenía cierto miedo a no estar a la altura si volvía a correr. Además me había instalado en ideas prefijadas, tenía que correr al amanecer como hacía antes cuando tenía menos obligaciones. Que equivocado estaba. Solamente en vacaciones hacía algún intento pero enseguida abandonaba, madrugar con lo bien que se está en la cama al amanecer … y en vacaciones. Además no llegaba a traspasar la barrera del dolor. Esa que tras traspasarla te das cuenta que a lo mejor tu puedes dominar la situación y no al revés; sigues esforzándote pero ya ves un atisbo de luz.
La vida es una caja de sorpresas. Es cierto que no todas buenas. Pero un compañero de trabajo al que su salud le había dado un aviso empezó a ponerse en forma y recurrió al footing, comenzó a correr. Y empezaron sus historias. A contarme sus progresos que eran evidentes. Desde agosto había empezado a ponerme en forma de manera continuada nadando y haciendo bici estática. La verdad es que no se como fue pero fueron calando en mi las historias de mi compañero. El se sentía mejor y su entusiasmo me contagió y empecé a correr sin ideas prefijadas. Empecé a correr de noche y superé la barrera del dolor. Cuántos momentos de querer tirar la toalla, no el primer día, sino en los siguientes. Lo superé y comenzó mi aventura personal.
En Navidades estuve pasando unos días en Olite, la capital del otrora Reino de Navarra. Al día siguiente al amanecer a las 8 y cuarto de la mañana, con cinco grados bajo cero, salía del Castillo de los Teobaldos en dirección a la Ermita de Santa Brígida, como si de una peregrinación se tratara. Era un reto. No sabía exactamente donde estaba la Ermita pero mi objetivo era encontrarla. Adornos de Navidad, calles que se van despertando, el mercadillo de los miércoles preparándose, la bruma y el frío, un paisaje de ensueño, todo blanco, la ciudad semidormida, la impresionante y espectacular mole del Castillo-Palacio de Olite la dejaba atrás.
Me costó encontrar la Ermita pero al final apareció ante mí y desde la loma en la que se encuentra divisé la ciudad de Olite entre brumas y no puede dejar de pensar en tiempos pasados, en peregrinos y en mi mismo. Me convertí en un corredor peregrino y di gracias a Santa Brígida.
Había sido capaz de llegar. Lo había conseguido pero tenía que regresar. Ahora era distinto, tenía mucha más fuerza que antes. Estaba exultante. Tenía ganas de llegar a Olite para escribir una página de mi historia personal. Tenía ganas de contarlo. Estuve una hora y diez minutos corriendo pero cuando entré por el “portal del fenero” la alegría fue indescriptible. Jamás podré olvidarlo. Sigo corriendo.